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Unas palabras de Sergio Franco para "República del aire". Isla de Siltolá. Sevilla. 2015


PRÓLOGO-ESPEJO

 

 

Si uno se detiene a pensarlo, hay algo profundamente perturbador en el gesto cotidiano de mirarse en un espejo. Al escalofrío inicial puede sucederle una experiencia cercana al terror metafísico pues nada hay de inocente en el hecho de reduplicar nuestra imagen en el mundo. Ya Borges, en su célebre cuento «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», hace que su amigo Bioy Casares, refiriéndose a un artículo sobre Uqbar encontrado en The Anglo-American Cyclopaedia, cite las palabras de uno de sus heresiarcas en un sentido claramente ominoso: «los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres». En efecto, qué otra cosa, sino espanto, podemos sentir al enfrentarnos con nuestra imagen, al ser testigos del nacimiento de nuestro propio doble, nuestro doppelgänger (otra figura de amplias resonancias en la literatura). El reflejo nos devuelve la verdad de lo que somos, porque los espejos nunca mienten, y es entonces, mientras contemplamos desde fuera las sombras y los accidentes que nos conforman, cuando vienen el desconcierto y la inútil resistencia a aceptar que esa representación que nos repite somos nosotros. Y es que a todos nos duele descubrir que no estamos a la altura de la idea que tenemos de nosotros mismos. Pero, justamente, de esa colisión entre lo que creíamos ser y lo que, después de todo, somos, nace una grieta en nuestra vanidad por la que podemos deslizarnos para así continuar explorando los límites exactos de nuestro ser. Por todo esto, quizá, en el fondo mirarse en un espejo sea una actividad análoga a la escritura (y a la lectura) de un poema: una oportunidad de enfrentarnos con nosotros mismos, de reconocernos y de, una vez superada la angustia primera, aprehender nuestra verdad, aunque sea esta una verdad en minúsculas, una certeza íntima que nada salva, pero sí esclarece.

 

            Este símbolo tan poderoso del espejo tiene una presencia significativa a lo largo de este último libro de poemas de Joaquín Fabrellas, República del aire. De hecho, en su primera parte, «Speculum vitae», los tres poemas que integran el «Tríptico de la mirada» desarrollan, precisamente, el tema del sujeto que se enfrenta a su imagen especular. Al contrario de lo que sucede en el mito de Narciso, quien está condenado a sentir una fascinación letal por su propio reflejo, Fabrellas hace sentir a quien mira un hondo extrañamiento ante sí mismo, lo que provoca el golpe más terrible: la asunción de la propia intrascendencia. El hombre que así se contempla, y que en un primer momento no quiere o no puede reconocerse, está abocado a la desesperación y a descubrir que no es más que la sustancia de la que se alimentará el olvido. De esta manera, el hombre cae en el tiempo y, al hacerlo, se le revela la dolorosa condición de su insignificancia. No obstante, como el propio autor apunta en «Salmo del caído», uno de los poemas más intensos del libro, este descubrimiento merece ser celebrado, pues sólo una vez que el hombre ha sido desalojado de su pedestal y es capaz de asumir su vacío puede entonces distinguir las trampas que la realidad le impone («ven, comprueba conmigo que adonde has llegado es solo una jaula más amable y sin muros a la que llaman mundo»). Pues es también República del aire un espejo en el que se refleja este mundo para denunciar así su banalidad: las maquinaciones de un sistema que nos convierte en simples consumidores y que nos promete una felicidad definitivamente espuria.

 

            Joaquín Fabrellas nos ofrece con esta República del aire el que tal vez sea su libro más heteróclito y, por ello, más libre; un espejo poblado por diversas voces, por distintos registros y formas, aunque también hallemos en él ciertos rasgos recurrentes en su obra anterior, como el gusto por la paradoja, una actitud más reflexiva que sentimental o la importancia del paisaje, pues en la contemplación de su belleza puede el ser humano, quizá, encontrar una última guarida. Pero, sobre todo, con este libro Joaquín Fabrellas nos invita a mirarnos en el espejo, a sostener la mirada frente a nosotros mismos para que podamos descubrir quién tiembla debajo de la máscara. Lo que cada uno haga con este descubrimiento ya es cosa suya.

 

 

 

                                                                                                        Sergio R. Franco    

 

 

           

 

 

 

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