Elecciones
Joaquín Fabrellas
publicado en Viva Jaén el 24/2/2015
Cuando me preguntan si creo que un ministro cobra poco o mucho durante el periodo que está en su cargo de servidor público, (si repasamos la etimología de ministro, en latín, procede de minus, menor, lo que venía siendo el criado de los esclavos): afirmo que es poco, entiéndase la ironía, claro, comparado con otros países europeos; el sueldo importante viene después, cuando ya no es un servidor público, sino uno de sí mismo. Véase el caso de, pongo por caso, Josep Piqué, consejero de Airbus, por lo que recibió 145.000 euros en el curso de 2013. O el enorme patrimonio de José Bono en propiedades inmobiliarias, y no sigo porque la lista sería tediosa. Todo legal, pero poco ético.
En España se ha producido una escisión entre los políticos y la población desde que se habla de una "clase política", como si al decir esto se estuviese estableciendo, de facto, una separación evidente entre la población y ellos, que parecen representar a los poderes supraestatales que gobiernan en realidad, es decir, la economía.
Ciertas instituciones, bancos, fundaciones, se han convertido en cementerios de automóviles para políticos aburridos, que compaginan, la más de las veces, sus bufetes, sus despachos de profesionales liberales con puestos en Universidades, en cátedras, en laboratorios, con publicaciones de libros, conferencias, cargos en fundaciones de partidos o consejerías en bancos que aceptaban pagos a expensas del erario público...
Dicho esto, es normal que la población haya desistido en su intento de creer en la política, y de ahí el ascenso de ciertos partidos que prometen lo que todos piensan pero nadie cumple. Decía Albert Camus en su ensayo El hombre rebelde que una de las características del ser humano es la voluntad de poder, una de las herramientas que estructura una sociedad, y la sociedad actual no es menos. Que el hombre busque tener el poder es normal, el hombre ha sido así desde siempre, pero querer conseguirlo y perpetuarlo tan solo mediante unas elecciones cada cuatro años como único medio de comunicación entre unos políticos que solo entran en contacto con la población mediante una papeleta y unos mítines esclerotizados, empeñados en parecer más transparentes y atractivos para jóvenes avejentados, ávidos de ser como ellos: esto entra dentro de la manipulación más salvaje y acomodaticia.
Porque en España hay un cierto mesianismo político procedente aún, no ya de la dictadura, sino de tiempo antes, a principios del siglo XX en el que el caciquismo campaba a sus anchas, algo que no ha cambiado en gran medida mediante las subvenciones europeas que se vierten ahora en forma de acuerdo y se aplican desde el miedo de su supresión cada cuatro años. Léase el hermoso ensayo del hispanista inglés Gerald Brennan Al sur de Granada, donde se detallan las relaciones de poder en la España rural de principios de siglo XX.
En Roma, ese espejo en el que nos miramos cuando queremos parecer serios, se ponían una toga cándida, es decir, blanca, pero de un blanco inmaculado, de ahí lo de candidatus, cuando querían ser elegidos como representantes del pueblo, y ellos también tenían mucho que esconder: ¿cómo sería ahora esa toga?
Nihil novi sub sole como dice el Eclesiastés.
Joaquín Fabrellas
publicado en Viva Jaén el 24/2/2015
Cuando me preguntan si creo que un ministro cobra poco o mucho durante el periodo que está en su cargo de servidor público, (si repasamos la etimología de ministro, en latín, procede de minus, menor, lo que venía siendo el criado de los esclavos): afirmo que es poco, entiéndase la ironía, claro, comparado con otros países europeos; el sueldo importante viene después, cuando ya no es un servidor público, sino uno de sí mismo. Véase el caso de, pongo por caso, Josep Piqué, consejero de Airbus, por lo que recibió 145.000 euros en el curso de 2013. O el enorme patrimonio de José Bono en propiedades inmobiliarias, y no sigo porque la lista sería tediosa. Todo legal, pero poco ético.
En España se ha producido una escisión entre los políticos y la población desde que se habla de una "clase política", como si al decir esto se estuviese estableciendo, de facto, una separación evidente entre la población y ellos, que parecen representar a los poderes supraestatales que gobiernan en realidad, es decir, la economía.
Ciertas instituciones, bancos, fundaciones, se han convertido en cementerios de automóviles para políticos aburridos, que compaginan, la más de las veces, sus bufetes, sus despachos de profesionales liberales con puestos en Universidades, en cátedras, en laboratorios, con publicaciones de libros, conferencias, cargos en fundaciones de partidos o consejerías en bancos que aceptaban pagos a expensas del erario público...
Dicho esto, es normal que la población haya desistido en su intento de creer en la política, y de ahí el ascenso de ciertos partidos que prometen lo que todos piensan pero nadie cumple. Decía Albert Camus en su ensayo El hombre rebelde que una de las características del ser humano es la voluntad de poder, una de las herramientas que estructura una sociedad, y la sociedad actual no es menos. Que el hombre busque tener el poder es normal, el hombre ha sido así desde siempre, pero querer conseguirlo y perpetuarlo tan solo mediante unas elecciones cada cuatro años como único medio de comunicación entre unos políticos que solo entran en contacto con la población mediante una papeleta y unos mítines esclerotizados, empeñados en parecer más transparentes y atractivos para jóvenes avejentados, ávidos de ser como ellos: esto entra dentro de la manipulación más salvaje y acomodaticia.
Porque en España hay un cierto mesianismo político procedente aún, no ya de la dictadura, sino de tiempo antes, a principios del siglo XX en el que el caciquismo campaba a sus anchas, algo que no ha cambiado en gran medida mediante las subvenciones europeas que se vierten ahora en forma de acuerdo y se aplican desde el miedo de su supresión cada cuatro años. Léase el hermoso ensayo del hispanista inglés Gerald Brennan Al sur de Granada, donde se detallan las relaciones de poder en la España rural de principios de siglo XX.
En Roma, ese espejo en el que nos miramos cuando queremos parecer serios, se ponían una toga cándida, es decir, blanca, pero de un blanco inmaculado, de ahí lo de candidatus, cuando querían ser elegidos como representantes del pueblo, y ellos también tenían mucho que esconder: ¿cómo sería ahora esa toga?
Nihil novi sub sole como dice el Eclesiastés.
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