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Vélez de Guevara y El Diablo Cojuelo. El fantástico aparato.

El diablo cojuelo. Vélez de Guevara.
"El fantástico aparato".



El motivo de este trabajo no es designar la naturaleza de esta novela; si bien hay que decir, como en el célebre Buscón, que utiliza el molde de novela picaresca, ese modelo discursivo iniciado por El Lazarillo de Tormes y que tan fructífero fue en la literatura española así como en la europea.

El motivo de este escrito es otro, intenta resaltar aspectos muy característicos de la literatura barroca: una exposición crítica de la realidad del siglo XVII, un siglo convulso toda vez que España luchaba en diferentes frentes intentando conservar la hegemonía adquirida desde que se descubriese el Nuevo Mundo y como fruto de las políticas expansivas de los Reyes Católicos. La Pax Hispánica no fue más que un espejismo mientras el imperio español cogía fuerzas  para abrir nuevos frentes en una Europa que se le escapaba como el agua de las manos.

Esta obra utiliza procesos narrativos propios del Barroco, como el trompe l'oeil o  engaño del ojo, propio de la pintura, pero que se puede ver también aquí, ya que nada es lo que parece. La sociedad que describe es una sociedad  confusa, abigarrada. Vélez de Guevara gusta, como autor teatral, de ese recurso tan utilizado en el siglo de oro: Deus ex machina; el mundo barroco es un mundo atado a las apariencias, toda realidad se puede desmontar mediante un recurso crítico-discursivo dejando así la realidad en una especie de realidad deconstruida o secuenciada. Lo que era armonía en el Renacimiento, se convierte en sucia realidad en el Barroco. El artista barroco conoce esa realidad por capas, ese perspectivismo que surge en tiempos de zozobra sentimental, porque toda crisis es primero una crisis económica y después sentimental, la política y la social van integradas en las anteriores.

La crisis de identidad de la sociedad europea y, por ende, española, hunde sus raíces en la falta de valores seguros o inmutables, principalmente, el paso del tiempo, la elegancia conceptual del Renacimiento que se traduce en una alegría intelectual basada en la riqueza artística de las nuevas naciones y su flujo natural que se vierte en el arte y en la literatura, así como la influencia de la antigüedad clásica donde el buen vivir, el hedonismo y un cierto epicureísmo imperan por encima de otras corrientes de carácter más pesimista, se convierten en el Barroco en un aparato abigarrado de formas traducido en un horror vacui, en preocupación metafísica, en búsqueda intelectual y zozobra religiosa, con el consiguiente vacío existencial en el alma del hombre. Un ambiente indicado para la bipolaridad expresiva y sentimental. La belleza se convierte en vanitas, la naturaleza en naturaleza muerta. Una época que se debate entre la institución y el deseo y que se plasmará en el arte pictórico y literario. Se suceden las obras que plasman los espejos, el artista barroco quiere mostrar nuestro doble para así reconocer al hombre en su sátira.

En el Tranco III del Diablo se nos muestran a una serie de personajes que convalecen en una casa de locos y se nos va explicando el mal de cada uno; uno de los personajes que más ternura concitan es el loco enamorado que está encerrado con el retrato de su enamorada en una mano y un texto que le ha escrito en la otra, como si pudiese ver el primero o escribir el segundo, así afirma "ver con los oídos". Eso define el Barroco, la ilusión de la mirada, porque nada es lo que parece, así el hombre cree entender lo que mira, sin conseguirlo; el hombre ni ve, ni oye, ni entiende la realidad en la que vive inmerso, al menos no puede aprehender la realidad mediante los sentidos que antes confunden que clarifican. La realidad es infinita e inexplicable. Es una nueva versión del mito de la caverna, el hombre vive de espaldas a la realidad y atado por sus sentidos a una explicación de la misma, atado a las formas tradicionales y al peso de la  tradición.



Más adelante, en esta misma casa de convalecientes, hay una mujer sentada en el brocal de un pozo, presa de su belleza ya que la belleza es una falacia, así se convierte en una vanitas que devuelve una imagen deformada de la realidad, trasmutando también el mito clásico de Narciso. Todo esto explica el Barroco, la deformación, la ilusión reflejada de otra ilusión.


Vélez de Guevara mediante los espejos que controla el Diablo en la narración, nos muestra lo peor de la sociedad española, movida entre la superstición, la picaresca propia de la pobreza nacional, así como a los grandes de España, a todos aquellos que han servido al país, en un intento por recuperar la grandeza siempre puesta en entredicho en este período de falsa paz del reinado de Felipe IV.

Guevara también juega con el lenguaje. Por una parte utiliza la paremiología, tan del gusto de los humanistas y los renacentistas y que pretendía recoger toda la sabiduría tradicional del pueblo, como puede verse en tantas otras obras del siglo de oro, desde el Lazarillo, los Valdés, la Lozana, el Quijote, como, por otra parte, el recurso expresivo de montaje y desmontaje de la realidad para convertirla en un texto crítico que sea fuente para la crítica constructiva de esta nueva realidad tan compleja.

Se repiten en la obra las enumeraciones de objetos que convierten al hombre en una figura ridícula, así en el Tranco II, se nos presenta a un hidalgo que en su cuarto se desprende de: cabellera, prótesis de nariz, bigote y un brazo de palo, que nos presenta una realidad demasiado dura para representarla sin afeites y artefactos.

Más adelante, en la calle de los Gestos, llena de espejos, se nos da relación de: bocas, guedejas, semblantes, ojos, bigotes, brazos, manos, que hacen de los hombres "cocos" de sí mismos, la realidad se parece a una capilla de exvotos pero en verdad se corresponde con una sociedad mermada, amputada, inserta en una terrible crisis de valores.

Continúa la narración en el Tranco III con una baratillo de apellidos, la apariencia impone sus formas, todo debe parecer lo que no se es, y la nobleza también es un producto, así como un pasado sin brillo se puede transformar en un pasado brillante y la nobleza convertirse en vieja por unas cuantas monedas.

Vélez de Guevara hace uso de su refinada ironía y de toda la cultura clásica que ha leído, puede verse la influencia del Asno de Oro de Apuleyo, la Divina Comedia, Ovidio, Horacio, Virgilio, Juan de Mena o Castillejo, mostrando así su gusto por lo castellano ante la influencia italianizante de Garcilaso o Boscán.
Nos ofrece una Feria de las Vanidades palpitante y abigarrada, una muestra del sentir  barroco y una muestra mal conocida de  la literatura española.

Joaquín Fabrellas

















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