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Literatura rebelde. Rebelde literatura. Joaquín Fabrellas.



Me gustan los híbridos. O como diría Debicki, las zonas de indeterminación. En definitiva, es una forma de nombrar lo inclasificable . Siempre me ha atraído lo difícil en la literatura y he detestado todo aquello que sonase a fácil, a predecible, a best seller, a pesar de que algunos puedan destacar por haber alcanzado cierta entidad literaria parecida a la calidad, pero ese no es el motivo de este artículo, sino otro diferente: lo raro, lo inclasificado, para lo cual bucearé algo en la historia de la literatura española.

Un ejemplo de literatura rara sería El libro de Buen Amor, una mezcla de cantos, poemas, cuentos con intención moralizadora pero enunciado desde el otro lado, es decir, desde el conocimiento del pecado, literatura más goliardesca que pía, escrita por un clérigo del cual poco se puede decir, y del que yo dudo que existiese, este libro es una especie de cajón desastre que se inventaron algunos críticos tras juntar una serie dispersa y heterogénea de escritos medievales. Hoy queda como una muestra rara de literatura europea mientras los críticos se siguen reuniendo para determinar la procedencia del insigne poeta y vulgar Johanes Roderici.

Otra muestra de literatura rara, en este caso por ser radicalmente novedosa y de altísma calidad, es el Lazarillo de Tormes, de autor necesariamente desconocido, a pesar de que, a toro pasado, se han barajado nombres que indican su dudosa autoría; este libro nació para ser anónimo, debido a su alto contenido crítico contra la iglesia, y demostrarlo ahora sería tan innecesario como difícil. Se trata de unas pseudo-memorias escritas por un ser de baja calidad moral. Un libro extraño en una época extraña, que prefería enajenarse con lecturas pastoriles y bizantinas, que, al parece,r eran mucho más creíbles que el retrato descarnado que ofrece el Lazarillo.

La lozana andaluza es una extraña muestra de literatura ya que mezcla diferentes jergas e idiomas, cuya protagonista, además de ser mujer, la que lleva el peso principal de la trama argumental, es también, para mayor condenación de su autor,( un Francisco Delicado, que pacía en Martos, ya que nació en Córdoba), una prostituta que se traslada desde España a una floreciente Italia y réplica de este Lazarillo que antes hemos mostrado: lenguaje soez, callejero, mezcla de italiano y español, sensual y sexual, pornográfico a veces, desde el buen entendimiento de lo popular, sin afectación, heredero de la picardía que se podía observar en el Decamerón y en buena parte de la literatura medieval.

Otro extraño híbrido, sin lugar a dudas, (y que, a pesar de ser nuestro libro nacional por antonomasia después de La Celestina y el Lazarillo, apenas nadie conoce o ha leído, si no es en una triste versión adaptada en el colegio o en el instituto), es el Quijote. Asistimos al nacimiento de la novela moderna y eso indica novedad, rebelión, poco apego a las normas, intención de trascender los moldes establecidos. Defiendo toda la obra de Cervantes, con especial apego a las Novelas ejemplares, La Galatea es bastante insufrible en su lectura, así como Persiles y Segismunda, pero es que aquí Cervantes intentó hacer la novela al uso, y la cosa no le cuadró demasiado, hasta que se dio cuenta de que tenía que trascender las normas y jugar desde el humor y la ironía, y así lo hizo: un hidalgo empobrecido que soñaba que era uno de esos caballeros que poblaban las numerosas novelas de caballerías que leía y que tan famosas eran en la época, (como vemos, todo tiempo histórico ha creado sus formas de evasión, actualmente sería la televisión basura, hace cuatro siglos lo eran las novelas de caballerías), a las cuales Cervantes se opuso creando la antinovela, y, por supuesto, no una novela de caballerías.

Para no extenderme demasiado, lo más novedoso de la novela cervantina sería, desde mi punto de vista, la crítica a la literatura desde la literatura creando una novela que equivale a todas las novelas y un discurso que supera al resto de autores del siglo de oro. La historia que da lugar a otras historias, o el humor y el distanciamieto irónico que da la perspectiva cervatina.

Dejo a un lado, por espacio y por tiempo, a la poesía, de la cual deberíamos destacar principalmente la obra de san Juan de la Cruz, del cual ya he dicho, nunca bastate sobre él, en otras entradas en este blog, véase: San Juan de la Cruz o la hermosa cortedad en el decir, y, por otro lado, destacar la obra de Garcilaso, del cual también introduje una entrada en este mismo blog: véase Garcilaso o la revolución copernicana en poesía.

Decir que la novela del Buscón de Quevedo es una novela al uso, es decir algo injusto, pero aquí Quevedo practica la novela picaresca al milímetro, utiliza el molde de la novela, pero su barroquismo, su exageración en las situaciones que propone, hace de esta novela un esperpento, no una auténtica novela picaresca. Sus situaciones, magistrales, los personajes bien detallados,( no en vano estamos hablando de Quevedo), todo está bien orquestado, de un contundente conceptismo a veces, pero Quevedo quiso hacer aquí una novela de circunstancias, intentando agradar a un público que requería este tipo de libros.

La obra Vida de Diego de Torres Y Villarroel me parece una obra más interesante, más impulsiva, menos determinada por un plan, como sí haría Quevedo. La de Villarroel me parece mucho más irreverente y valiente que la de Quevedo en su planteamiento inicial, de nuevo, unas memorias del propio escritor que cuenta sus desventuras a lo largo del relato, ni siquiera inventa un alter ego, es él mismo en la narración, sin filtros. Esta obra es del final del barroco y da el comienzo a la Ilustración.

Un libro también muy interesante por su lugar en la historia de la literatura, a pesar de ser importaciones, son las obras del gaditano José Cadalso, a saber: Noches lúgubres, una delicia prerromántica y Cartas marruecas; la primera, sacada de la nueva sensibilidad inglesa; la segunda, obtenida de la literatura francesa.

Otro extraño híbrido sería la obra Artículos de Larra: entre el ensayo, el relato, el folclore, el artículo, con esa prosa certera que caracteriza a Larra. Esa profundidad psicológica no volverá a conseguirse hasta mucho tiempo después en prosa española.

Después se podría hablar de una serie de libros que equivalen por sí mismos a toda una literatura, dentro del Realismo, me refiero, en especial a La Regenta, de Alas "Clarín", que en un principio puede parecer una réplica del realismo francés, en especial de Flaubert y su magisterio: todos los aspectos que hacen de Madame Bovary una mujer adúltera, primero casi obligada a ello y más tarde señalada por ello. Ana Ozores es examinada desde el principio de la novela de la misma manera, para entender su descenso a los infiernos y posterior condenación por parte del pueblo rencoroso que la juzga sin pudor; magnífica imagen final del acólito célibe, impúdico eunuco que lame la cara de Ozores pensando que era su parte del pastel: no puede haber otra imagen tan plástica y maloliente como la de Ana Ozores prostrada en esa inmensa catedral de Vetusta, ninguneada por la sociedad filistea de la España finisecular, testigo que recogerían los autores del 98 en su cruzada contra la influencia de la iglesia católica en la población de un país, a la sazón, decadente, víctima de un efecto colonialista mal entendido y que no sabía manejar los vientos romántico-económicos de la independencia americana. Una madre patria despeinada y que era ya incapaz de enseñar la lección a sus hijos americanos.

Capítulo aparte merecen los autores de la generación del 98, que, como he dicho antes, recogieron el testigo crítico-realista de los mejores autores de la generación de fin de siglo, en verdad, no hay tanta diferencia entre Clarín y los noventayochistas, entre Joaquín Costa o Ganivet, señalados precursores del 98, y el grupo de los 3, o el resto de autores de principios de siglo XX.

 Solo mencionaré tres novelas: Niebla, El árbol de la Ciencia y La voluntad. Algún día escribiré sobre ellas, por paz espiritual, por necesidad intelectual, pero no ahora.

Toda esta larga disertación/digresión sobre literatura española ha sido, en mayor o menor medida, para hablarles de una gran novela que me obsesiona desde que la leí, hace ya algunos años, en 1997 o así. Había leído ya Lolita de Nabokov y había quedado extenuado ante una historia tan atrayente y repulsiva a la vez. Cuando leo a un autor que me gusta, no puedo dejar de leer su obra, y, nada más terminar Lolita, comencé a leer Pálido fuego; en el 97 no me di cuenta de lo que estaba leyendo, de ahí el placer de la re-lectura, ese ejercicio tan o casi más necesario que la primera lectura,  pero ahora, con el tiempo descubro que su labor era cervantina, sí, cervantina, no quijotesca. Cervantina en cuanto se rebela desde la literatura en contra de la propia literatura, utilizando una gran variedad de discursos y voces que conviven en la propia obra; Nabokov, ese aristócrata de la literatura que vivió durante años en hoteles mientras atrapaba mariposas, su gran pasión: quizá la literatura era solo una afición de aristócrata rico venido a menos, no en vano dio nombre a una especie de mariposa descubierta por él, Nabokov. Pues bien, Nabokov plantea una historia límite nuevamente, nada más al límite que Lolita y su brillate comienzo, Nabokov nos plantea aquí un poema de mediana extensión, una crítica literaria del poema y por último, una novela de suspense que trata de aclarar un asesinato. Todo esto, por separado, podría estar muy bien, pero la modernidad tiene muchas caras, y Nabokov las hace encajar magistralmente en esta novela de novelas. Lo que hace el autor es jugar con las posibiladades de la novela y de la narrativa, extenderlas para deformarlas, preparar el camino para otros autores que se atrevan a dar el salto y hacer una novela que no se parezca en nada a lo anterior. Nabokov era un esteta y un aristócrata del gusto, enemigo fulminante de la mediocridad imperante.

Pálido fuego arranca con un poema de tintes nacionalistas sobre una antigua república rusa: Zembla. El poema en sí no es muy bueno, una larga disertación sobre lugares comunes y la historia nacional de Zembla encriptada de forma oscura en referencias que solo son visibles para el poeta y algunos correligionarios. Lo que sucede es que el poeta, es el antiguo gobernante de esa antigua república rusa, que ha tenido que abandonar su país ante la revolución bolchevique, trasunto propio de Nabokov con una historia familiar parecida.
El libro supone una feroz crítica hacia los estudiosos de la literatura; también subyace un tema borgiano, o cómo el texto se puede ir transformando en otro texto que no había imaginado el autor, que, por supuesto, nunca habría imaginado el autor; o, ¿ pensó alguna vez Cervantes que el Quijote iba a ser su personaje inmortal y que representaría a toda una nación, él, tan enamorado de su Galatea?. O supuso alguna vez Shakespeare que la ambición estaría representada por Macbeth, o los celos por su Otelo, o el mismo Borges...

Este libro habla de la difícil relación entre la literatura y el tiempo, entre el discurso y el estilo, entre el género y la libertad, un completo desafío a la inteligencia y a las emociones de los lectores, por eso he hablado antes de la valentía y del coraje que son necesarios para escribir obras revolucionarias como las mencionadas. Pálido fuego lo es, una obra valiente y sin complejos, una literatura rebelde por parte de un autor rebelde cuya obra le superó como a todos los grandes genios.









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