CRIMEN NÚMERO 4
Si sigues el camino de las acacias , entre el jazmín dulzón
hasta las piscina verdeclaro del fondo
contemplarás, sin testigos, el cuerpo flotante
de la rubia, desnuda, las manos extendidas buscando las imposibles algas,
la dulce curva de la cadera izquierda levemente hundida
y el muslo bronceado como un remo.
Pero es de noche y la luna se refleja viciosa sobre el agua;
los grillos han abierto la carne de la noche.
El perfume es cada vez más intenso, como a orquídeas.
Si buscas alrededor de la oxidada escalerilla, ya en la hierba,
a la luz de la linterna, hallarás la pistola asesina,
podrás seguir los pasos de unos grandes zapatos,
demasiado ostensibles, claros y permanentes.
Espera el acecho, en la oscuridad,
al asesino, del que se ice
que vuelve siempre al lugar del crimen.
Si ello es cierto, no acabará la noche sin contemplar su rostro,
sin comprender la verdad de una muerte tan cruel, inútil, aunque bella.
Enciende el cigarrillo que ilumina tus ojos,
mas deja de temblar. Penetra la humedad en el cuerpo aterido.
Cabe esperar tan solo, aguardar en silencio.
Dulce es la melodía lejana que llega desde la casa vecina.
Las acacias han movido pausadamente otra música.
De Algunos crímenes y otros poemas,1971.
Si sigues el camino de las acacias , entre el jazmín dulzón
hasta las piscina verdeclaro del fondo
contemplarás, sin testigos, el cuerpo flotante
de la rubia, desnuda, las manos extendidas buscando las imposibles algas,
la dulce curva de la cadera izquierda levemente hundida
y el muslo bronceado como un remo.
Pero es de noche y la luna se refleja viciosa sobre el agua;
los grillos han abierto la carne de la noche.
El perfume es cada vez más intenso, como a orquídeas.
Si buscas alrededor de la oxidada escalerilla, ya en la hierba,
a la luz de la linterna, hallarás la pistola asesina,
podrás seguir los pasos de unos grandes zapatos,
demasiado ostensibles, claros y permanentes.
Espera el acecho, en la oscuridad,
al asesino, del que se ice
que vuelve siempre al lugar del crimen.
Si ello es cierto, no acabará la noche sin contemplar su rostro,
sin comprender la verdad de una muerte tan cruel, inútil, aunque bella.
Enciende el cigarrillo que ilumina tus ojos,
mas deja de temblar. Penetra la humedad en el cuerpo aterido.
Cabe esperar tan solo, aguardar en silencio.
Dulce es la melodía lejana que llega desde la casa vecina.
Las acacias han movido pausadamente otra música.
De Algunos crímenes y otros poemas,1971.
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