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Capítulo 46, novela Música para fieras de Joaquín Fabrellas. Inédito

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Y hay momentos que no te esperas, que te sorprenden como una sombra en la noche y no es más que el crujido de una puerta, los muelles de la cama o el frío que acaricia las ventanas y su porción de niebla queriendo entrar para siempre; la niebla sólo es oscura de noche, algunas veces me asombré ante esa belleza tenebrosa, yo sé que eran los muertos, los que yo maté pidiendo sin cuerpo la verdad, sin labios y sin palabras; no me dan miedo, nunca me dieron miedo porque los conocí a todos. Nunca me pesaron mis antepasados, había escindido el sentimiento de pena, arrancado desde la muerte de mi padre, comenzado en el odio atávico hacia la figura del padre, ni su muerte me conmovió, ¿cómo me iban a asustar unos muertos que no conocía? Ni el reflejo podía sostener a veces, como un amputado después de la operación, me daba náuseas observarme, me odiaba como monstruo, como animal salvaje, me odiaba como poeta, no pude seguir escribiendo porque todo me parecía falso y antagónico, Yo, el creador, Yo, el otro, el asesino, el cobarde, era un reflejo solo ante un espejo dudoso, era una carcasa, una estructura ósea, era un insecto, mataba para comer, yo, para seguir vivo, entonces supe que ese era el momento de mi muerte, el suicidio como mejor escape de una vida condenada y vivida por muchos otros, en muchos otros, era un Pessoa asesino, los que habían matado no era yo, eran otros yoes sucesivos y pendientes; ya no sé qué parte de mi presenció esos actos, tampoco puedo decir que esté loco, pero la soledad, el acabamiento me han perseguido como ideas voraces y después apetitosas, el suicidio es una leve compañía, la escritura revisitaba con demasiada frecuencia mis fantasmas; el modo artístico de ser está reñido con el modo de ser del hombre de la calle, pertenece el artista a la magia, a la bondad estética, al mero hecho del placer y el arrobo ante un simple ornamento que puede ser obsesión y final en algunos casos, como Tadzio, el joven polaco de Thomas Mann, se acuerdan, sólo la contemplación, sólo la fuga de esta civilización idiota y acabada, tengo la sensación de haberme reído de todo, no por ser más culto, no es esa la sensación que tengo, sino la de haber estado toda mi vida en un puesto de relevancia económica y estética y no hayan sabido nunca nada de mi, nunca nada en absoluto y yo haya escrito bellos libros que ustedes no leyeron y yo maté a personas que tal vez conocieron, a las que tal vez dijesen hola o cualquier cosa que ustedes vean posible hacer, Yo el Monterrosso, el que se codea con los gerifaltes, con los insignes, con los mequetrefes y los ministros de este Régimen déspota y estúpido, ya acabado, quiero explicarme y quizá esté haciendo todo lo contrario, pero lo intenté.
Yo fui consciente. Me gustó esa idea, el momento del cambio, el rite de passage, es un pórtico, una dimensión extrasensorial que se abre, un canal, quizá un atisbo de clarividencia, llamadlo como queráis, pero me sucedió, fui consciente en ese lugar de que hay una fracción de tiempo en que tu vida va marcha atrás, se parece al movimiento de los pescadores cuando echan las redes y después, con el pescado adentro, recogen, algo así, yo viví ese momento, ahí me di cuenta de que mi vida iba hacia atrás, no mi vida, sino el tiempo que restaba, lo que me quedaba por vivir, lo que con seguridad había vivido y lo que tenía adelante, lo que podía ver desde allí, el problema es que era muy joven cuando me enteré, y lo más triste era que yo mismo iba a ser mi asesino. Parece fácil adivinar entonces cuál va a ser tu final, pero me ha faltado fuerza en demasiadas ocasiones para hacerlo; pero hoy no, hoy es distinto, es el día de los cuentos y de los suicidas, de los cuentos porque parece uno de esos días en que Pinocho se entera de que no es un niño de verdad, hoy es un día así porque yo no puedo seguir ocultando esta pesadilla, el sueño me ha vencido, lo que pasa es que era un sueño de perdedores o de personas que no ya lo habían perdido todo, o casi todo, en mi lugar, todo menos la vida y me siento como un Adán enfermo que ha contagiado su peculiar pecado original a mis descendientes, y a partir de mi todos habrán de llevar mi culpa y mi mancha, la mancha de los cobardes y de los que claudican, yo callo y ustedes juzgarán el valor de esta farsa, de este esperpento sin personajes, sólo uno tremendamente irónico, dulce, patético y acabado Diego Monterrosso que no merece su nombre ni su origen, ni la atención de sus palabras. Su odio sin correspondencias, el poeta que explica la naturaleza a sus semejantes: los animales extintos de una noche de tiempo de ceniza, créanme, sería mejor que me olvidasen, no merece la pena. Y allí estaba, en la mitad de mi vida, sintiéndome único cuando descubrí el animal suelto que llevaba dentro, cuando descubrí el momento mágico del paso hacia la muerte, poder morir porque había vivido, me llevaría algún tiempo, pero allí estaba, yendo hacia atrás, hacia mi muerte con pistola y música barroca, mis libros, mi casa, yo diluyéndome entre el tiempo, en una sustancia extraña y acuosa, la muerte al fin, la mitad del camino de la vida, Dante, sus paseos por el infierno, todo eso me llevó a darme cuenta de que había atravesado esa mañana única con sol y sueño…
(Sangre por todos lados y un ruido atroz inoído).

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